Álvaro Perdices llevó a cabo a principios de los 2.000 una serie de ejercicios con los alumnos de un colegio en Los Ángeles mediante transcripciones formales de lo que consideraban buenas y malas acciones. El resultado fueron una serie de esculturas que llamaron su atención acerca de la posibilidad de catalogar unas formas como buenas o malas. A partir de esa experiencia y de su encuentro con documentos como ¿Por qué hice las chekas de Barcelona? Laurencic ante el consejo de guerra, de R.L. Chacón, Perdices proyectó una serie de acuarelas en las que mezcló su interés por las chekas psicotécnicas de Laurencic con las experiencias que una serie de discotecas brasileiras realizaron en la década de los sesenta a partir de la mezcla de música psicodélica, drogas alucinógenas y diseños extraídos de la eclosión del Op Art, con una serie de desenlaces trágicos.