Los retóricos de la antigüedad decían que concebir las distintas figuras del discurso era un ejercicio moderado que entrenaba para superar mayores dificultades. Entre ellas, la descripción se definía como un tipo de narración capaz de trasladar lo visible. Sus atributos literarios eran la claridad y la viveza, y el estilo de la escritura tenía que adecuarse a la naturaleza del tema. Esta descripción, que también requería tratar lo que se fuese a describir como un ser inanimado y desprovisto de voluntad, no estaba pensada para obras de arte. Cuando la descripción se especializa en este tipo de artefactos (pinturas, especialmente), la evocación de algo que se siente lleno de vida exige ir más allá de la vista; es necesario completar lo que se ve.
La historia de este tipo de discurso es muy larga, pero sobre todo nos interesa su potencial para elaborarla en el presente. ¿Qué se cuenta del arte cuando se describe? ¿Qué contenidos tienen que ver con aspectos visuales, materiales y narrativos y cuál es el “reparto” que corresponde a lo sensible? ¿Cómo nombrar el grito, el dolor o el placer, por separado y todo junto? ¿Y qué hacer con el movimiento? Aunque sabemos que no existe el texto transparente, ¿sería posible recuperar uno que estuviese cerca de la pieza y de la inmediatez de la impresión? ¿Algo que pudiese dar respuesta a la erótica del arte que pedía Susan Sontag (nada menos que en 1964) para sustituir a la hermenéutica, a la interpretación?