I.V.M. Oficina de gestión, isidoro Valcárcel Medina

I.V.M. Oficina de gestión

En 1994 Isidoro Valcárcel Medina convirtió durante un mes la madrileña Galería Fúcares en una Oficina de Gestión de Ideas. Cualquiera podía presentar un plan o proyecto y desde la Oficina se le ayudaba en la estructuración, elaboración, análisis, planificación y cumplimentación del proyecto, siempre y cuando se encontrase dentro de su amplísimo campo de acción y requiriese de una «manipulación de ideas».

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onfundido con su imagen, el arte deviene, hoy por hoy, golosina pura y escueta.

Algunos, masoquistas de suyo, creen que poner sal y pimienta a la golosina la convierte en maldita y soberbia (dos adjetivos de los que sobradamente conocemos su «lado bueno»). Sal y pimienta son, sin embargo, para los que usamos este idioma, bendición y cotidianeidad.

Pero ese arte golosina o, mejor dicho, esa golosina artística es, antes que nada, esencia y materia burocráticas.

¿Qué hacer entonces?: ¿Creer que la burocracia es golosa o creer que el arte es burocracia? Hay una salida más noble: confundir la burocracia con su imagen.

Si cuando tomamos el arte por su imagen (léase cuadro, por ejemplo) estamos engañándonos a conciencia, cuando tomamos a la burocracia por la suya, nos estimulamos saludablemente.

Así que de todo ello se deduce que un arte burocratizado es lo más insano que puede imaginarse. Y aquí está claro que imaginar es hacer imagen…, y que el arte funcionarial se define por todo aquello que, sean personas o cosas, lo convierte en imagen pura y escueta.

La odisea del arte es depender de funcionarios, ya que éstos son los que menos conocen su función (ni la del arte, ni la de ellos como sus burócratas).

Aunque, la verdad, nunca entendí por qué se habla de los cenáculos del arte y no de las oficinas del arte.

Convertido en oficio, como creo, el arte se gesta en las oficinas; aunque bien sé que, hecho misterio, se cuece en los cenáculos.

La oficina es lugar público y abordable; el cenáculo es lugar secreto, recóndito. En las oficinas se amasa el arte a la vista; de los cenáculos sale ya cocido.

El misterio no está en el arte hecho -¡no volverá a estarlo!-, sino en el por hacer.

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Ahora viene la propuesta: esos rincones nombrados antes con la decimonónica y sagrada palabra de cenáculos (estudios, museos, galerías, tertulias…), pueden convertirse en oficinas a poco esfuerzo de decoración que se haga.

Sí, es cierto, la decoración sólo sirve para esconder un error de construcción; pero, en fin, como los decoradores (los artistas) también se harían oficinistas, el sinsentido -profundo- quedaría en condiciones de ser olvidado.

Lo que pasa es que -todos lo sabemos-, los dichosos cenáculos son, en realidad, oficinas sumergidas del único oficio que pugna por no serlo y que se empecina en ser innombrable.

Una oficina del arte es, por lo tanto, un descubrimiento, en cuanto patentiza lo que se quería mantener cubierto.

Los funcionarios de esta función descubridora son artistas (como no podía ser menos) que, para ejercer su oficio, van a la oficina… Son creadores (como cada cual) cuya creación es hacer propuestas. O, como yo prefiero decir: poner ejemplos.

Crear es afrontar personalmente un hecho privadamente insólito. Descubrir es dar a conocer las consecuencias de ese hecho.

Se hace complicado no ser creador, pero es muy sencillo no descubrir nada.

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Abocados, de momento, a la constitución de una empresa de gestión de ideas -lo que es lo mismo que decir: una empresa artística-, hay que dejar claro que esta empresa no es una golosina ni se ocupa de gestionar golosinas.

Lo bello de la palabra empresa es que, siendo burocrática en el uso, no deja de ser creativa en el concepto. Es como el oficinista que, siendo un hortera (véase el diccionario) en su imagen, debería ser revulsivo (y de eso se trata) en su actividad.

Es en esos sentidos en los que «I.V.M. Oficina de Gestión» es una empresa. 0, para decirlo más fiel y descriptivamente: es un lugar.

Como todo lo que aspira a trascender, las nuevas instalaciones a las que se invitaba el día de la inauguración (1) no tienen, en modo alguno su razón de ser en las instalaciones mismas, sino en el ejercicio del oficio que en ellas quisiera desenvolverse.

Una instalación (y aquí me atengo al uso «artístico» consensuado del término) que, a fuer de auténtica, sirviera para lo que es (una instalación de fontanería que surtiera agua), no bastaría: no sería generadora. Es preciso una instalación que, primero, se utilice como lo que es (una tahona en la que se compre el pan), y que, luego, genere un producto esencialmente creativo que comprometa a todos sus usuarios.

(1.) Ficticiamente, los visitantes de exposiciones pretenden «ver» y «haber visto» la obra en la inauguración. Por fortuna (pero no por azar), en este caso no se podía ver porque aún estaba por llegar. No en vano, el acto de inaugurar sólo tiene el cometido de augurar; circunstancia, pues, la de ese día, en la que la burocracia supera en sentido común al arte funcionarial.

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El libro I.V.M. Oficina de Gestión, editado por el CA2M y Entreascuas Editores, reúne el resultado del trabajo de la Oficina, en particular los 107 proyectos que fueron admitidos y contestados.

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Año
2019
Páginas
288
ISBN
978-84-943861-6-9
Venta (Precio)
50.00