Pero... ¿esto es arte? 2020

Los retóricos de la antigüedad decían que concebir las distintas figuras del discurso era un ejercicio moderado que entrenaba para superar mayores dificultades. Entre ellas, la descripción se definía como un tipo de narración capaz de trasladar lo visible. Sus atributos literarios eran la claridad y la viveza, y el estilo de la escritura tenía que adecuarse a la naturaleza del tema. Esta descripción, que también requería tratar lo que se fuese a describir como un ser inanimado y desprovisto de voluntad, no estaba pensada para obras de arte. Cuando la descripción se especializa en este tipo de artefactos (pinturas, especialmente), la evocación de algo que se siente lleno de vida exige ir más allá de la vista; es necesario completar lo que se ve.

La historia de este tipo de discurso es muy larga, pero sobre todo nos interesa su potencial para elaborarla en el presente. ¿Qué se cuenta del arte cuando se describe? ¿Qué contenidos tienen que ver con aspectos visuales, materiales y narrativos y cuál es el “reparto” que corresponde a lo sensible? ¿Cómo nombrar el grito, el dolor o el placer, por separado y todo junto? ¿Y qué hacer con el movimiento? Aunque sabemos que no existe el texto transparente, ¿sería posible recuperar uno que estuviese cerca de la pieza y de la inmediatez de la impresión? ¿Algo que pudiese dar respuesta a la erótica del arte que pedía Susan Sontag (nada menos que en 1964) para sustituir a la hermenéutica, a la interpretación?

Vamos a aprovechar la exposición Humor absurdo: una constelación del disparate en España, comisariada por Mery Cuesta, para tratar de contar de otra manera. Una manera en la que el papel de las mujeres, conformando una constelación de auténticas porveniristas estrellas del cuplé, se torna fundamental para comprender qué pasa hoy día, ahora mismo, en nuestro país. Rara vez se nos ha contado que en la llamada Edad de Plata de comienzos del siglo XX tuvimos una suerte de traperas deslenguadas y lúbricas que fueron estrellas de un firmamento de verdor supremo y llenaban los miles de teatros, teatruchos y cafés-conciertos que poblaban las ciudades de nuestro país. Nunca nos dijeron que serán los intelectuales los que animan a muchas a debutar. Tal como hoy Ernesto Castro Flores consagra a Bad Gyal, Azorín animó, en su día, a La Chelito. El momento glorioso en el que la baja y la alta cultura se funden, en el que una cupletista, Amalia de Isaura, canta ¡¡Ultraismo Puro!! o Rodrigo Cuevas hace lo propio con La vaselina en el Paraninfo de la Universidad de Oviedo, conforma esos tiempos en suspension, memorables, que nos pueden dar pie a contar de otra manera lo que siempre nos han contado desde un brochazo de relato superficial. Indaguemos las posibilidades de hablar del arte mirando desde arriba, desde abajo, a través y en crossfit. Nos vamos a sorprender.

Sus buenas razones tenía Santa Teresa, la mística okupa, para pensar que el cuerpo era una cárcel. Buenas eran también las razones de Madame Bovary, la desklasada, para empezar a desear a su marido sólo cuando se achicharraba de deseo por un amante. Y cómo no entender al nazi de Gottfried Benn, médico forense, que escribía poemas al espectáculo de la humana putrefacción; o a la evangelista número cinco Angélica Liddell cantándole a la necrofilia. No sabemos a ciencia cierta qué es el cuerpo, pero tenemos la certeza de que el cuerpo es un problema: una herramienta, una fuente, el más barato instrumento con el que hacer (o consagrarnos al) arte. La bailarina comparte con el cadáver una coincidencia lingüística fabulosa: de los dos se dice que son “cuerpos”. ¿Es cuerpo todo lo que se mueve? ¿Es oro todo lo que reluce?

¿Qué hace un crítico de arte? Esta duda ha intrigado a varias generaciones. ¿Miden las obras con aparatos extraños? ¿Interrogan cruelmente a los artistas hasta sacarles sus verdaderas intenciones? ¿Frotan, en la intimidad de sus gabinetes, bolas de cristal? En esta sesión intentaremos demostrar que la realidad, como suele suceder, es mucho más prosaica. Trataremos de explicar cómo se forma esa entelequia llamada «el criterio», cuál es el modus operandi de cualquiera que practique este oficio y les confesaremos cómo demonios se escribe una crítica. Como el trabajo de un crítico es esencialmente un trabajo de escritura, nos detendremos en las complicaciones que tiene resumir, comentar y enjuiciar una exposición. Para ello, nos detendremos en algunos ejemplos interesantes, incluso en alguno elogiable. Tras este rato, usted conocerá los secretos más resguardados y verzongantes de la crítica de arte: por ejemplo, que casi siempre está escrita por gente en pijama con el pelo alborotado.

La situación es la siguiente: alguien, alguien cercano, nos pregunta, quizá por teléfono, quizá durante un paseo, quizá durante un viaje en coche, por una película. Ese es el punto de partida de Cine de memoria: el ejercicio que a veces nos toca hacer cuando alguien nos pregunta sobre una película que hemos visto y que, tras la pregunta, procedemos a contar con palabras. Esa translación-transmutación de las palabras a imágenes es el origen de esta tentativa de teoría sobre la relación del cine con lo oral y con otras disciplinas artísticas. Me interesa ese gesto por lo que supone de reactment, por el lugar en el que sitúa al que cuenta y al que escucha. Durante esta sesión trataremos de explorar ese gesto, que remite a algo muy primitivo y esencial: la creación de imágenes mediante la palabra. Ahora la pregunta: ¿de qué manera ese cine, como arte popular y ejercicio de visión compartida, nos atraviesa y pasa a formar parte de nuestra propia biografía? Trataremos de rastrear, por lo tanto, cómo ese cine que llevamos dentro cada vez que vemos y tenemos que contar una película se hace presente en nuestras vidas y en otras disciplinas del arte contemporáneo. Es donde hablaremos de la obra de artistas como Manuel Puig, Hiroshi Sugimoto, Stine Marie Jacobsen, Fiona Banner, Itziar Okariz, Cindy Sherman, Miranda July, Amaia Urra, Geoff Dyer, Beatriz Santiago, Marguerite Duras, Alexander Kluge, Édouard Levé, Alex Reynolds, Proyecto Leve (Esperanza Collado), etcétera.

Para conservar un secreto hay que contarlo. Tener un secreto es como formar parte de una cadena de custodia; tener un secreto es más bien que el secreto te tenga para transmitirse a través de ti. Ese convertirse en médium, ponerse al servicio, es lo que puede significar tener un secreto. El secreto es un valor de curso: circula, sin valor en sí mismo más que por lo que pone en común entre nosotros, una intimidad, una pertenencia, un compromiso. ¿Qué potencial tiene el secreto para la resistencia? ¿Es el más visible el menos vulnerable? Desde las estrategias del arte, las formas informes del secreto son operaciones para generar sentido contra todo pronóstico. Construyen significado a pesar de ni existir ante la ley. La eficacia de un código que desborda su ornamentado camuflaje. ¿Por eso los artistas son proclives a las sociedades secretas? ¿Les gusta esa ambigüedad entre la existencia y lo invisible? Por tratar de alguien en concreto, hablaremos de la Sociedad Secreta de la Ciudad de las Damas, un cónclave de mujeres cuyo logro más reconocido es mantener en el anonimato a cientos de mujeres artistas que no desearon entrar en la Historia del Arte.

Contadas obras es una iniciativa surgida de un viaje en autobús y otras coincidencias, organizada por Javier Pérez Iglesias, Raquel G. Ibáñez, Selina Blasco y Christian Fernández Mirón. En dos ocasiones previas, un grupo de personas se ha reunido para escuchar a otras que relatan una obra de arte que les haya impresionado vivamente, ellxs sabrán por qué. Lo hacen cada unx con su voz y con sus recursos narrativos, porque no hay imágenes. La pieza irá revelándose con palabras, sin verse, a través del relato y solo para quienes estemos ahí y escuchemos. Tampoco habrá un registro más allá de lo que seamos capaz de contar, cuando salgamos de la sala, quienes estemos presentes. Así que hay que abrir todos los sentidos, dejarse llevar por la intensidad que suscita ser consciente de lo efímero de la experiencia y activar el recuerdo. Contarán Andrea Galaxina, Andrea Rodrigo, Carlos Copertone y Yuji Kawasima. Y esta es La Tercera.