Aunque queramos no podemos matar a nuestros muertos. Hay tareas que los muertos nos convocan a hacer, y así en nuestras vidas les portamos, día a día, en pequeños gestos o destellos de sensaciones muy intensas. ¿Cómo compartir las pérdidas, lo que de ellas se queda pegado a nosotras, sus temporalidades extrañas, ese afán por enterrarnos el corazón, el confuso e incesante dolor-zumbido-azul? Yo quise hacer una barca, y navegarla sobre un río, surcar sus aguas para volver a anudarme a las ramas y los pájaros que tanto me recordaban. Hay quien quiere hacer un fuego, o mas bien quemar los montoncitos de paja y maderas acumuladas entre muchas manos una tarde hacia el final del verano. Hay quien cose cáscaras de fruta, suturar esas pieles secas invocando a las amigas que se tuvieron que ir, muy pronto y lejos.
No existen palabras, nuestros ojos destartalados ya no ven, quizás solo algunos gestos puedan ser ofrenda y memorial... Como si juntas velásemos una hoguera para mantener en vida a través de nuestros cuerpos y relatos a quien, aun no estando presentes con nosotros, siempre están. Porque nos obligan al desamparo, a no creer, a enfermar, darnos nuestros propios rituales es la tarea fundamental de los vivos. Porque la muerte al final solo es para nosotras, las que nos quedamos, las que tenemos la valentía de cobijar un amor que es eterno y que solo se transforma. El duelo es una tarea política, hace comunidad, es una práctica de cuidado que reproduce la vida. En el duelo estamos juntas, la sensación de aislamiento es solo el síntoma de una sociedad ahogada en sus silencios. Hablo con mis amigas de esto, de que creo que nuestras abuelas fueron las últimas que habitaron una sensibilidad que entendía que la muerte formaba parte de la vida, que ellas si sabían reunirse dentro de la tierra, que ahora quizás era nuestra tarea la de crear otros rituales, otras formas de estar, de vivir y de morir. A veces no sabemos muy bien cómo, ni incluso entendemos por qué, es solo un fulgor, una intuición, un deseo. Quizás es solo una cuestión de escucha, y de un hondo amor. Y en esto nunca estamos solas.
Investigadora principal: Marta Echaves
* Título extraído del poema a la muerte 456 de Emily Dickinson.
Aunque queramos no podemos matar a nuestros muertos. Hay tareas que los muertos nos convocan a hacer, y así en nuestras vidas les portamos, día a día, en pequeños gestos o destellos de sensaciones muy intensas. ¿Cómo compartir las pérdidas, lo que de ellas se queda pegado a nosotras?
Este río es este río, acción de Pepe Espaliu, río Urumea, verano 1992. La barca, Marina Gonzalez Guerreiro, río Tamuxe, verano 2019